Por una democracia parlamentaria

Suelo escuchar que el sistema parlamentario es superior al sistema presidencialista, porque tiene mayor capacidad para representar las diversas opciones y posiciones políticas, y porque puede transformarlas mejor y más rápido en gestiones de gobierno, reduciendo tensiones y conflictos.

parlamento2El sistema parlamentario se caracteriza porque su principal órgano de poder es colegiado y surge de la votación de sus ciudadanos. El gobierno es elegido por el parlamento. Cuando existe una mayoría partidaria, es ella la que elige al jefe de gobierno; pero, cuando no, se forman alianzas o coaliciones que pueden implicar acuerdos programáticos o de gestión. En suma, es un mecanismo de gobierno basado en la concertación y el diálogo.

En el continente americano hay varios países parlamentarios. El más grande es Canadá y el único en Sudamérica es Guyana. Los demás son países caribeños y muchos son parte del Reino Unido. En ellos, como en Canadá, “el rey reina, pero no gobierna”, lo hacen sus primeros ministros elegidos por los parlamentos.

En Estados Unidos y en el resto de América rige el presidencialismo. En Estados Unidos, consistente con su sistema federal, la votación popular elige a un colegio electoral en el que cada Estado tiene un número de delegados variable según su población y su influencia histórica. En los demás elegimos presidentes por votación popular. Cuando no se alcanza una mayoría clara, suele intervenir el Congreso o se recurre a una segunda vuelta.

Pero el presidencial no es un sistema eficiente. Es demasiado rígido para absorber cambios y realizarlos rápidamente, y facilita el surgimiento de tendencias autoritarias como respuesta a las crisis. A consecuencia de ello genera también mayor inestabilidad. Alos cambios rápidos sólo se logran traumáticamente, mediante golpes militares o sociales o juicios forzados a los presidentes.

Muchas reformas políticas han tratado de corregir estos problemas, pero más bien los exacerbaron. En los últimos meses hemos visto cómo se acortó el mandato de Castillo en el Perú, elegido por mayoría absoluta en segunda vuelta, y cómo Lasso en Ecuador, también elegido en segunda vuelta, recurrió a la “muerte cruzada” para evitar su derrocamiento, disolviendo la asamblea pero acortando su mandato. La segunda vuelta también le dio el mando a Boric en Chile, pero lo vemos gobernar con dificultades por carecer de mayoría parlamentaria.

Estos temas fueron recientemente tratados en un Diálogo del grupo “Marcos Escudero”, con la participación motivadora de Hector Schamis, de Georgetown, Eduardo Gamarra de FIU y Gonzalo Mendieta.

La experiencia boliviana

La experiencia histórica más cercana al parlamentarismo la tuvimos entre 1985 y 2005. Algunos la denominaron de “presidencialismo híbrido”. En 1985, 1989, 1993, 1997 y 2002, el Congreso fue el principal escenario de concertación y acuerdos que articularon coaliciones de gobierno, de manera que los presidentes elegidos a través del parlamento tenían una conciencia más o menos clara de las limitaciones a su autoridad. Es importante notar que las negociaciones fueron más profundas cuando el Congreso debió elegir entre los tres candidatos de mayor votación que cuando se limitó a escoger entre dos. Esto pasó porque desde 1995 se excluyó al tercero y se redujeron las opciones de negoiciación.

Desde el 2009 se estableció la segunda vuelta, eliminando la mediación parlamentaria. Aún no la hemos practicado aunque estuvimos cerca. El 2019 las encuestas permitían proyectar una victoria de Carlos Mesa, pero con los resultados de entonces hubiera tenido una oposición muy fuerte en la Asamblea y probablemente habría tenido un gobierno impotente como el que le tocó presidir a Jeanine Añez.

Los años del sistema híbrido no fueron fáciles sino de crisis, especialmente en el ámbito económico. Pese a ello, fueron también de estabilidad y de crecimiento basado en la inversión y el fortalecimiento de la capacidad productiva. Eso fue posible por la certidumbre generada por ese semi parlamentarismo.

Lo más lógico hubiera sido, a partir de esa experiencia, avanzar hacia un sistema parlamentario pleno. Nadie lo propuso. Cuando uno pregunta por qué, la respuesta más común alude a la idiosincrasia boliviana, o más bien a la cultura política, supuestamente proclive al caudillismo presidencial. Alguna vez escuché que el sistema parlamentario es inaplicable en Bolivia por la inmadurez política, la debilidad o ausencia de partidos fuertes, incluso la falta de educación de los votantes.

No solamente se ignoró la alternativa de un sistema político parlamentario sino que, al contrario, ganó relevancia un discurso de repudio a los pactos y acuerdos, y se convirtió a la negociación en una mala palabra. El MAS enarboló con mayor vigor ese discurso, pero en gran medida su argumento fue admitido por los demás, seguramente deseando siempre gobernar solos, sin compartir el poder con sus adversarios electorales.

Pienso que el presidencialismo ha ayudado a perpetuar el caudillismo y ha mantenido viva la tentación autoritaria y, por tanto, también ha impedido que se desarrolle un sistema político con partidos más institucionalizados y vigorosos. Las reformas políticas casi siempre han sucedido a periodos de inestabilidad y turbulencia, y tal vez por eso dieron prioridad a la gobernabilidad. Parecía natural fortalecer al Estado a través de un Ejecutivo capaz de poner orden y conducir al país por nuevos derroteros. Lo triste es que eso no ha funcionado, pero igual persistimos en el intento. Tal vez se deba al hecho de que el estatismo y las ideologías con ilusión de ingeniería social tienen más afinidad con la concentración del poder que implica el presidencialismo, mientras que el sistema parlamentario se adecúa mejor al aparente desorden de una sociedad activa, de múltiples iniciativas.

Los políticos en ejercicio, que hacen las reformas, difícilmente cambiarán el escenario donde ya encontraron acomodo. Promover un cambio hacia el sistema parlamentario exigirá de ellos un gran esfuerzo, y de nosotros algo más que debatir y reflexionar sobre esa alternativa. Habrá que reivindicar el diálogo y buscar formas concretas de organización que demuestren que no es solamente deseable, como dice la teoría, sino que es también viable, como enseña la experiencia.

(Página 7, IDEAS, 11 de Junio de 2023)

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