Archive for March, 2022

Acabar con el contrabando

March 13, 2022

En los últimos días tuve la oportunidad de participar en dos diálogos sobre el contrabando, junto a distinguidos economistas y empresarios. Lo que nos congregó fue una preocupación común: el daño que hace el contrabando. Más allá de ese consenso básico, las diferencias surgen en la manera de enfrentarlo. La política habitual ha sido la de tratar de aplicar las normas que lo prohíben y exigir que se dediquen a ese propósito más y mejores recursos. Muchos de los que participaron en esos eventos consideran ese es un remedio que agrava la enfermedad, y abogan más bien por eliminar los aranceles y liberar los procedimientos de internación de mercaderías.
Yo me pronuncié a favor de esa opción con dos condiciones: que volvamos a tener un tipo de cambio realista en el país y que la nueva normativa sea parte de una reforma integral del sistema de impuestos,
El tipo de cambio fijo ha sido utilizado como un instrumento de política económica, lo que ha hecho que el cambio nominal no sea representativo del tipo real, de modo que en los hechos el dólar se ha hecho cada vez más barato y con las reservas se termina en los hechos subsidiando las importaciones y castigando a los productores nacionales, incluyendo a los exportadores, estimulando al contrabando. El tipo de cambio debe ser, como los precios, una variable de resultado. Es decir, el efecto de una relación equilibrada de intercambios con el mundo. Un mercado competitivo de divisas resolvería el problema tan rápido como lo hizo en 1985.
Pero un problema más difícil y que exigirá seguramente más tiempo y más trabajo es el de la reforma integral del sistema de impuestos.
Hace poco Fundación Milenio publicó un libro con propuestas muy bien fundamentadas para llevar a cabo una reforma tributaria que modernice y simplifique el actual sistema. Ellos demuestran que flexibilizar y simplificar las normas, a fin de que sea más fácil, deseable y rentable obedecerlas que evadirlas, ayudaría mucho a los productores. La reforma de 1987, consolidada en 1995, tuvo éxito precisamente porque logró simplificar el sistema tributario, que para entonces constaba de más de 400 tributos y era tan costoso de administrar que resultaba un verdadero estorbo para contribuyentes y administradores. Pero desde 1995 el sistema se ha venido complicando. Un estudio del Banco Mundial estima que un contribuyente dedica 1025 horas al año en preparar los 42 pagos que debe hacer para estar al día con sus obligaciones. En comparación, hay países como Estonia que exigen 8 pagos al año y los contribuyentes pueden hacerlos ocupando menos de 50 horas al año.
En mi criterio, si se hicieran los ajustes que propone Milenio se avanzaría mucho y el sistema funcionaría mejor. Pero creo que el cambio que nuestra economía necesita debe ir más lejos. Los impuestos indirectos, que son la base del sistema actual, son atractivos para los administradores pero son engañosos, ya que no ponen en evidencia quiénes son verdaderamente los contribuyentes, lo cual debilita la conciencia ciudadana e impide que el burócrata se reconozca como servidor del público. Habría que optar por los impuestos directos y ninguno lo es más que el impuesto al ingreso de las personas. El día que todos paguemos impuestos y afiancemos nuestra condición ciudadana como un derecho adquirido mediante dicho pago, ganaremos también el derecho de exigir mejores servicios públicos y un trato más respetuoso de la burocracia y de los políticos.
Con las actuales tecnologías, creo que hoy es posible y sencillo establecer un sistema tributario basado en un único impuesto de tasa fija e igual para todos los ingresos, cualquiera que sea la fuente de los mismos (salarios, alquileres, ventas, utilidades, intereses, donaciones o herencias). Ese impuesto podría, además, cobrarse de forma automática al momento de realizarse la transacción, lo cual sería además mucho más fácil si ella se realizara utilizando medios digitales de pago. Al ingresar el dinero a una cuenta podría descontarse de inmediato el impuesto y contabilizarse su pago, de manera que al finalizar el periodo fiscal ya no sería el ciudadano quien llene formularios, sino el sistema el que le informe a cuánto ascendieron sus ingresos y por tanto sus contribuciones. No habría errores, multas ni costos contables para el contribuyente.
Por supuesto, las transacciones en efectivo podrían evadir el pago de este impuesto pero solamente mientras se mantengan en ese circuito, algo que es cada vez menos posible. Si por ejemplo el evasor ahorrara para comprar un bien mayor y éste fuera parte del sistema formal, al momento de hacerse la transacción se cobraría el impuesto, aunque podría ocurrir que quien lo pague sea el receptor del dinero. Pero éste, el vendedor, sabiendo que eso ocurre, podría exigirle a su comprador que se haga cargo de pagar el impuesto: “el auto le cuesta tanto pero si paga en efectivo le cuesta un X% más”. O al revés: “el auto cuesta tanto pero si me paga a través del banco le descuento un X%”.
Obviamente, este sistema permitiría “blanquear” todos los capitales clandestinos con solo ingresarlos a las cuentas bancarias, ya que en ese momento pagan el tributo único. Esto de ninguna manera promueve las actividades ilegales, solamente reduciría su daño económico al conjunto. Aquí se incluye a los contrabandistas, que pagarían impuestos (y blanquearían sus ingresos) con sólo usar los servicios del sistema financiero.
Un impuesto único al ingreso, como el propuesto, siendo sencillo y eliminando los riesgos de vivir bajo presión (y extorsión) fiscalizadora, sería menos evadido. Mucha gente elude sus obligaciones tributarias no tanto por el costo que representan sino más bien por los problemas que conlleva y la dificultad de administrarlos. Bastaría recordar que incluso los más pobres pagan religiosamente su diezmo en la iglesia evangélica sobre la base de una promesa futura y la confianza en su pastor.
Alguna vez escuché la objeción de que este tipo de tributo se multiplica en cadena, resultando en tributación múltiple. Sin embargo, debe recordarse que toda transacción económica es parte de una cadena. Es decir, todo gasto es un ingreso para otro, o todo ingreso para uno ha sido un gasto para otro. La economía es esencialmente dinámica y compuesta por muchas cadenas. Una tasa del 10% sobre el ingreso, por ejemplo, solamente restaría el 10% al producto total, pero retornando en forma de obras y servicios mejor vigilados y supervisados por los contribuyentes. Potencialmente, con la ampliación de la base tributaria la recaudación llegaría incluso a ser superior a la que hoy se logra, cuando se carga un peso enorme sobre una proporción reducida de la población.
Un sistema de este tipo sería muy simple y fácil de pagar, reduciendo los costos y las molestias para el contribuyente. Y si además es acompañado por un sistema monetario más digital que físico (como la que estudian en Ceres ahora), resultaría de administración sencilla y viable con los recientes desarrollo en software, internet y telecomunicaciones.

El autor es investigador de Ceres